Dar pábulo al pelele que se alivia en la soflama
y se asoma, trapacero, al virtual fogueo en la maraña social que dicen,
de una infancia ayuna de pídola, canicas y parque,
mas ahíta de cachivaches para autistas y madres mustias como abuelas.
Aceptar el látigo del cómitre con desenfreno;
derogar el menstruo y tachar la lactancia.
Anafilaxia, angina y jamacuco en su apogeo.
Sin reparar, el papirote, el forzado de nuestro tiempo,
en que nalgas aparte, más allá de otra pantalla, otra celda,
aguardan añejos en el orfanato de la esperanza, el saxofón y el lienzo.
¡En qué zarrapastro semoviente has devenido!
por muy perfumado y acicalado, ¡qué desvencijo!
¡qué alpiste estupefaciente te ha vendido el enemigo!
No eres más ya que un borrón en el pentagrama,
con el muermo de la oruga y la lascivia del caracol,
un saldo, una rebaja, de aquel tarambana sin empalago
que antaño, ya no recuerdas, no rehuía la encrucijada.
¡Desciende del púlpito público, que es cadalso, al íntimo,
y encarámate desafiante a los arbotantes de tus silencios!