La verdad se esconde en un páramo lúgubre tras la cortina vocinglera.

Allí espera al indigente que la alumbre y después enmudezca.

La verdad no se dice porque no es halagüeña, tampoco admite especulación,

como las palmas abiertas, blancas y sin aristas, que te van, afortunado, a cegar.

La verdad es pequeña y se ha quedado sin munición;

prescindible, ha dado esquinazo al suspicaz redimido por la costumbre,

al héroe trasnochado que a punta de navaja reivindica su absolución.

¡Guárdate mucho de que un día al alba arrecie,

pues de una manguzada te va a dragar cábalas y babeles todos,

y de que ya desaforada, de simio engreído tus encías dolientes desvelen tu especie!

La ciencia, la juerga y la universidad déjalas para los necrófagos del poder,

rastreando a rebufo uno de otro el tufo a pufo que deja el saber del mercader,

del tener, una cita de confucio y laborioso descomer.

¡Tanto artificio! ¡ ¡Tanto envoltorio inescrutable! ¡Tanto artilugio sucedáneo!

¡Cuánto plástico en el condumio! ¡Cuánto látex para mermar el goce!

¡Que me recarge, me actualice, me reinicie y pose cada mañana!

¡Y yo aquí, añorando tieso bajo el diluvio un beso tibio que mis labios roce!

Aún así, la gran fulana se sigue disfrazando de vestal ¿por qué será?

Sin duda, nostalgia del virgo que quiso perder y perdió, en el gimnasio.