Natura no suspende sus constumbres por mucho que Adán regule
su antonomasia y la circunstancia óptima de la bellota
para dar lugar a la sisa, la argucia y la artimaña
que no impide, empero, el derroche ovular de la ninfómana.
Decreta ciénaga, la placenta; tumor, la larva.
Argumenta, fundamenta y sustenta la partición de lo indiviso.
Dispone con saña, aventando el coro de famélicas pirañas con pancarta.
Desdentado de peripecias, es solo esencia vana, sin recuerdos
ni enfisemas del alma que puedan descabalgar su ademán solemne
al dictar sentencia conforme a Derecho para regocijo de otros cuervos.
A todo suceso el código presta parapeto, que más da si filisteo o saduceo,
para crucificar, si así se le antoja, al torvo, al manso y al avieso,
en aras de la paz y el buen comercio, que otros llamaran miedo y trapicheo.
¡Decrépito Adán estás hecho: ahora, andrógino; antaño, negrero!
¡De poco te servirá tu peluca cuando el volcán haga pulpa tus sesos!
¡De menos tus trapos negros cuando la ola te cruja en pecio!
¡De nada tus alegatos cuando los gusanos te devoren a besos!
Sucumbiste a la tentación del aserto antes que a la contemplación.
Es tarde ya para no vivir de la denuncia, el pleito y la delación.