De piedades insondables andamos faltos los secuaces del temor;
mas sobrados de clemencias y de otras imposturas, ornadas de cetros y galones.
El amor tachado de indiscreto e insolente discurre entre las comisuras
labradas del tótem a quien nadie ya presta aval u oído.
La vibora del estéril busto agasaja el contorno,
impaciente y bífida, implacable en el error de buscar en lo augusto
un poro de vital compasión más allá de la extorsión o el soborno.
Títeres en el baile de la voluntad ajena que inútilmente aspira
a derogar el sufrimiento en la euforia del panal de los espectros
donde se nubla la memoria y el siervo, abandonado de sí, delira.
¡Lastimera bojiganga, ateneo de ladillas, enjambre de almirantes!
¡Prestos al abordaje de puchero y morapio de efectos fulminantes!
¡Apurad el cáliz del empíreo brebaje que os mantendrá vacantes!
Casandra en su afónica aporía, la del agüero amordazado
y orogenia rotunda, es emblema del infiel nazareno,
cáncano fulleresco y sicalíptico que bebe sangre de centauro
en la pocilga de sus escabrosos sueños como si no fuera veneno.
¡Cuánto Tántalo anda suelto y entre instancias enredado su ingenio
cuando debiera complacer una mirada limpia, consolar una furtiva lágrima!